31 de julio

"Al amanecer y al amanecer se le llama aurora..." y más aún cuando lo ves desde un sitio tan hermoso. Un café, un zumo de naranja y hacia Lagos, despacito, despacito, que aún no ha llegado nadie.
Me he parado en un Decathlon a ver si tienen toallas o sandalias... En realidad me he parado a hacer tiempo y a escribir todo esto y algunas postales, a leer el diario, a pasar el tiempo, en definitiva. Esta tarde me reuniré con mis amigos en Luz y mañana viene Laura, yeah. Además aquí no hace tanto calor como en Extremadura y el Alentejo.
Por fin llegué a la casa de lujo y entretenimiento, a la casa de los treinta y un añeros el día treinta y uno. Pero esa es una historia diferente y ha de contarse de manera diferente. Y colorín, colorado, este diario de viaje se ha acabado.




30 de julio

Hoy tuve que esperar desde las siete hasta las nueve menos cuarto a que se fuese la niebla que había nada más estaba amaneciendo. ¡Qué suerte que tenía mi cómoda camita!
Los kilómetros de hoy se han hecho con placer aunque al comienzo había mucha subida y el arcén no siempre era todo lo ancho que uno quisiera. Por momentos he tenido que irme a la cuneta; paradójicamente cuando había un carril más, un carril de aceleración, ya que entonces desaparecía el arcén. A pesar de que había mucho sitio (dos carriles), los coches y, en especial, los camiones tendían a no irse hacia la izquierda o cambiar de carril, lo que en ocasiones hacía que pasara un poco de miedo o que me tuviera que ir a la cuneta para salvar la vida. Esto ha sido totalmente verídico en un momento en el que estaban adelantando dos camiones.
Al margen de eso, he observado un gran grupo de cigüeñas en un pequeño estanque y un amable ciclista portugués se ha molestado en detallarme lo que me restaba de viaje hasta Lagoa. Después he debido parar porque me moría de sueño a las once y me he dado cuenta de que me he vuelto un poco adicto al café de la mañana. A la vuelta tendré que arreglar este tema...


Ahora ya estoy en Lagoa, en la playa de Carvoeiro. Me acabo de levantar de la siesta debajo de una tarima construida en comienzo de la arena de la playa, donde acaba el paseo. Me pregunto si será un buen lugar para dormir la noche. No tiene pinta de que en este lugar de guiris, urbanizaciones, "resorts" y restaurantes haya mucho quinqui o, al menos, no más quinqui que yo. Me parece que quiero descubrirlo, así que ya está casi decidido. Voy a ver si hay algún restaurante cerquita para cenar, que no me apetece ir al súper de nuevo. Investiguem...



Por cierto, me parece que el estilo poligonero-milanés de Cristiano Ronaldo triunfa este verano en Lagoa. También debo decir que he tenido la idea de quitar los pedales de la bici, como medida preventiva.

Al final le di una vuelta más a eso del lugar para acampar y encontré un lugar encantador y discretito para dejar la tienda y la bici. Menudo pedal me agarré por la noche. Además, literalmente , porque temiendo que alguien viera la bici (sobre un acantilado) y le dieran ganas de marcharse en ella (a pesar de los candados), le hubiera resultado muy difícil hacerlo con un solo pedal , además automático. ¿Medida de control innecesaria? Seguramente, pero cuando recién cruzó mi cabeza no me pareció tan mala y pensé que sería divertido "llevar un pedal encima" toda la noche.






Tras dejar todo preparado y ver atardecer como dios manda, les pregunté a unas viejecillas dónde podría encontrar un restaurante. Una era más avispada que la otra, ya que una de ellas me decía que eligiera cualquiera, que a unos metros tenía uno de comida india. La otra captó mi propósito al vuelo y me fui a tomar un bacalao "à marinheiro". Después me di una vuelta por el centro, cuyo ambiente de familia me recordó a mis vacaciones en Torrevieja: puestecitos, helados, gofres, retratistas, caricaturistas, pizzerías, niños... Justo donde comenzaba la playa había dos chicas cantando canciones en inglés. Estaban repasando temas como "La isla bonita" o éxitos de Abba. Menos mal que no me dio por acampar donde pensé en un principio, es decir, bajo el escenario donde las hermanas Caracois repasarían su terrible repertorio con sus voces de monja. Por cierto, huelga decir que sus voces eran los únicos instrumentos, a ver si os vais a pensar que había toda una orquesta de verbena ahí arriba, ¡qué más quisieran!
Los hermanos poligoneros tenían una coreografía para "Mamma mia" y fue la gota que colmó el vaso para decidir que no debía pasar ni un minuto mais en aquel lugar y que las estrellas, el mar y las señoras gaviotas me esperaban para dormir. Eso sí, la verdad es que el bailecito atrae-guiris de los hermanos pinzones era divertido.





29 de julio

La noche fue muy caliente, pero a eso de la una de la noche comenzó a soplar más viento. Tenía puesta la mosquitera y entraban hormigas por algún lado, pero también entraba el viento. La cocción a la que estaba sometido mi cuerpo era impresionante. Completamente desnudo parecía "el Chuache" en Desafío Total cuando sale lleno de sudor y todo brillantito como su madre le trajo al mundo: ¡qué agobio!
Después me despertó un coche que quería hacer la pirula y paró en mi escondite. Yo me desperté y corrió la adrenalina por mi cuerpo. ¿Quiénes eran esos tipos?, ¿qué querían?, ¿serían uno de esos coches que me veían desde la otra carretera (separada por una valla) y a quienes les resultaba extraño ver mi tienda?, ¿querían violarme y hacerme poke-yoke hasta la muerte? Agarré la navaja, escuché atentamente y dando la vuelta, se fueron por donde habían venido.
El desayuno fue completísimo, con batido de chocolate y cereales tufados varios. Mejor que en un hotel.


Prontito cogí la bici y tira millas hasta llegar a un bareto, tomar un café y asearme mínimamente (y cuando digo mínimamente, quiero decir mínimamente).

Al fin llego a Beja, otro castillo (ya me aparecen hasta en sueños), subida por suelo empedrado, iglesia, mercado y vamos que nos vamos. Había que llegar a Ourique antes de que el calor derritiera el asfalto y preferiblemente a tiempo para comer sentadito en cualquier restaurán.
Lo conseguí y después del pollo-frango riquísimo me di cuenta que entre la etapa de ayer y la de hoy hice 280 km, es decir, una burrada. Parece entonces que la rodilla se porta bien. He cambiado también la cala derecha en consonancia, por si acaso.
Ahora estoy en un antro cualquiera en el que he devorado un helado y una tónica (se ve que la comida no me ha llenado). En el restaurante me han recomendado que vaya al siguiente pueblo para encontrar un alojamiento barato (25€). Me ha gustado la idea aunque ahora dudo si ir ahora o esperar que caiga la tarde. Imagino que ni lo uno, ni lo otro. Iré antes a tomar todo el líquido que haya en el bar (no me ponen cerveza con gaseosa, ellos se lo pierden).
La verdad es que ya tengo ganas de llegar. Con cada ciudad a la que llego, me doy cuenta que me acerco más a la meta y que tengo muchas ganas de llegar. Al final voy a acabar haciendo lo que pensaba. Me parecía una buena idea llegar al Algarve en bici y visitar Extremadura y Portugal por el camino y va a ser muy bonito poder realizarlo. Decirlo, creerlo y poder hacerlo: así da gusto.
¡¡El motel de carretera fue un auténtico éxito!!

Este no era el hostal, pero un nombre así se merece una foto en la red de redes:


¡15 € por una habitación en la que podía dejar la bici , estaba de camino, tenía un bar que abría a las 6 de la mañana, aire acondicionado y una cerda de pata negra en el patio trasero!


El aseo personal, los europeos de atletismo y la cena ocuparon todo mi tiempo hasta la hora de ir a dormir. ¡Bravo por los atletas, me alegraron la tarde!

28 de julio


Lo de la rodilla fue curioso, porque me dolió al comienzo pero a los 30 km dejó de dolerme. Ese día volví a regular las calas de las zapatillas porque sospechaba que el dolor venía de ahí y parece que la rodilla comienza a mejorar. Veremos al día siguiente... ¡Ya sólo quedan tres días!
Por cierto, no lo dije pero ayer una de las mejores cosas que vi en "Elvas la Pelvas" fue el camión de los helados. Entró en el pueblo haciendo sonar una música que era como la melodía del primer teléfono móvil del mundo: terrible, graciosísima, ¡y se oía a la legua!
El viaje de hoy fue muy agradable hasta Estremoz porque no hacía calor. A las 10.30 salí de Estremoz, donde tomé el almuerzo y vi pasar un coche fúnebre detrás del cura y el resto del pueblo detrás, a la antigua usanza.
Lo primero que he hecho al llegar a Elvas ha sido una comidita de restos de súper y una siestecilla en un parque, que saben a gloria.


En teoría las etapas que restan son más fáciles que las de hoy aunque igual de largas (unos 80 km), así que ahora, a 3721 °C en una terraza con una "garrafa" de 1,5 l estoy decidiendo si cuando anochezca duermo en el camping (antes debo de encontrarlo) o si pedaleo y me voy acercando hacia el sur y acampo en donde pueda. Veremos, por ahora dejo el boli y voy a procurarme quehaceres. Como, por ejemplo, sorprenderme de que me den un café exquisito por sólo 60 céntimos de euro.

Aparte de eso, poco más se puede hacer ya que el calor se multiplicó por ene más uno. El camping de Évora tenía piscina, pero costaba diez euros y me pareció un robo por una ducha y un eucalipto bajo el que poner una tienda.
Entonces decidí avanzar camino para el día siguiente, para que la etapa del sábado se convierta en un paseo, como en el Tour de Francia. Sólo había un problema, "la calor" infernal de nuevo. Me metí en el primer centro comercial que vi, compré el periódico, hablé por teléfono, me tomé un "folhado misto" con un Lipton, leí el periódico y pasada una hora y media aproximadamente, comenzó a soplar el viento. Eso me animó a salir y no paré de darle al pedal hasta que no se puso el sol y acampé en mitad de una nacional, en un huequinho protegido por árboles, vallas y unas barreritas de hormigón. La acampada más marrana del viaje, sin duda. Pero con eucaliptos también, como en el camping.



27 de julio

Me costó encontrar el camino paralelo a la autovía para llegar a Badajoz, pero por fin lo encuentro: el canal del Lobón y más tarde la antigua nacional V (National VII). La jornada comienza mal porque empiezo a sentir molestias en la rodilla izquierda. Me planteo todo tipo de cosas, como acabar el viaje en Badajoz, en Elvas... Mucha penita porque faltaban sólo cuatro etapas para dar por finalizado el viaje en Lagos, Algarve. Seguimos aguantando y sufro el primer pinchazo (¡bieeen, qué oportuno!). Entonces quito el pinchito, sigo rodando unos metros e inflo la bici. ¡Gracias al sabio consejo de Javi no tengo que hacer nada más! ¡Las cámaras antipinchazos funcionan! Sigo bien contento y noto que el dolor de la rodilla se esfuma cuando paro un rato, para reaparecer enseguida cuando sigo pedaleando.




Llego a Badajoz, 200 °C a la sombra; tónica con tapita, postales y plátano de súper. Salgo sin visitar nada porque ya había estado en Badajoz anteriormente y con ese calor nada podía hacerse. Cuando llego cerca de la frontera, me doy cuenta de que no hay vía de servicio, ni una carretera antigua para pasar: ¡sólo la autovía! El intento de suicidio no entraba en mis planes así que investigué los caminitos de alrededor. Nada de nada, un río con los márgenes cubiertos de espesa vegetación cortaba el paso. Tras muchos kilómetros llego a una urbanización (bravo Google Maps, tú también funcionas) donde me dicen que me marche de nuevo hasta Badajoz y tome otra carretera para llegar a un pueblo a 15 km (Montemayor) y encaminarme desde allí a Elvas. No hice caso de los sabios y encontré un atajo por una vía de tren: tres pasos miro hacia delante, uno hacia atrás, tres pasos miro hacia delante, uno hacia atrás...


Con esa disciplinada táctica y sabiendo que no pasaban trenes de alta velocidad, nada podía pasarme. Por fin la vía cruzaba una carretera (tal y como auguraba Google Maps) y me hallo en algún lado de Portugal. Hasta que llegué a Elvas, pasé dos horas con perros asesinos (alguno estaba suelto), nada de agua y un sol que me abrasó la espalda (primera quemadurinha del viaje).

Llegué tarde, a eso de las 18.30 a Elvas y Elsa me esperaba porque había quedado en llevar a su madre al trabajo. Mi segunda experiencia de CS en Portugal fue también todo un éxito. Elsa era muy atenta y yo volvía a tener una habitación para mí solito. La casa de Elsa era enorme y ella me trató casi como a un hijo. Me ofreció una birra y acepté, pero luego me dijo que no venía bien, así que me puso agua, je, je. Merendé como si fuera el último día de mi vida porque además me ofreció piña, pavo, queso fresco (tenía un gran arsenal de comida baja en calorías).



Cuando se hizo tarde vimos las murallas de la ciudad y sus magníficas vistas y comimos un bacalhau típico de la zona: "bacalhau dourado". También vimos una marisquería llena de españoles (a tenor de los coches aparcados), volvimos a casa y a las siete y media ya estaba en camino, a ver qué tal se portaba mi rodilla.


26 de julio

Día de descanso del guerrero. Por si acaso me fui al embalse de Proserpina, que yo entendí que debía ser como la Grajera a Logroño. Efectivamente lo era, pero no estaba a 4 km sino a 15, así que también tuve pedaleo ese día.


Después fui a que me engrasaran la cadena y los pedales, que chirriaban, y a comprar un tronchacadenas, que todo el mundo dice que "no se puede salir sin uno", pero yo siempre he omitido ese detalle y nunca me ha pasado nada, la verdad. El encargado para bicicletas Basilio fue muy amable y "pofesional" y me dejó todo listo en un periquete.
A la vuelta, en el camping, tuve que hablar con la encargada porque una empleada se obcecó en que pagara otro día por abandonar el camping a las 14.30 en lugar de a las 12.00. Tras la breve negociación (beneficiosa, por cierto), fui a encontrarme con Cristina, de Couchsurfing y el plan fue ducha-comida-siestón-asomarse a la terraza hasta que se pudo salir (véase las 20.30)-cervezónhelado-poincho-cerveza-mimir-café-despedida. Lo dejo muy resumido y omito los detalles, pero he de decir que Cristina y su hermana son unas personas muy majas y además me llevaron a un bar donde el "pinchadiscos" ponía música muy buena y conocimos a Kiko Veneno.

25 de julio

Cuando me levanté a desayunar (tarde), ya sabía que intentaría llegar a Mérida (creo que son 75 km). Tenía la sensación de que me aburriría en Cáceres viendo los palacios y la catedral y que debería hacerlo tarde o temprano (me refiero a ir a Mérida, claro). Además, si iba hoy, podría ir a ver una obra (Prometeo) al teatro romano. La entrada más barata costaba 12 € y la entrada turística al teatro (sin obra) 7 u 8 €, así que merecía la pena acercarse. Aquella vez me propuse a mí mismo dormir por vez primera en un camping (sonaba muy oficial).
Cuando escribía esto me encontraba en "el bar de Moe", un bar de carretera enano pero con un buen ambiente y con una tapita diferente con cada consumición. Me paré en la segunda porque si no cualquiera aguanta luego los 20 km restantes y una digestión a 40 grados a la sombra. Ahora tocaba apoquinar y con un poco de suerte en una horita me plantaría en Mérida, buscaría el camping, montaría la tienda y a comprar las entradas para el teatruelo.
Al final los 20 km costaron un cacho ya que se levantó una poca de viento. El camping lo arregló todo ya que tenía piscina: ¡aaah...!

Esta es una de las fotos que más me enorgullece haber hecho. No necesita presentación:


En Mérida no se podía hacer más que llenar el estómago de agua, pero eso no arreglaba que estuviéramos rozando los cuarenta grados a las ocho de la tarde.




Al sacar la entrada para Prometeo, me dijeron que podía dejar la bici en un aparcabicis de un parking vigilado cercano. Me pareció una gran idea, sobre todo para ver el teatro tranquilamente. Sin embargo, los dos amigos del aparcamiento me explicaron que sólo se aceptaban motocicletas, automóviles... ¡y bicicletas del ayuntamiento! Así que ni siquiera pagando podía dejar mi bici. En fin, no le vi mucho sentido ya que había sitio y no sabía qué problema podía haber al dejar una bicicleta "particular" en lugar de una moto o de una bicicleta municipal. Al final aparqué en la farola más cercana a la entrada del teatro, como de costumbre, y allí seguía intacta a la salida.
El teatro es precioso aunque es cierto que la roca de los asientos irradia el calor durante toda la obra y eso hizo que estuviera viendo el teatro semidesnudo, en plan gladiador.



24 de julio

Cuando me levanté fui a tomar un café y a comprar el pan, ya que la tostada a 2,25€ me pareció un atraco. Vi a unos ciclistas en otro bar y les pregunté cómo salir para la carretera que iba a Monfragüe ("¡buitres negros! En Monfragüe, ¡buitres negros!"). Me dijeron que iban también en esa dirección, que me llevarían hasta la salida. Finalmente congeniamos, así que fuimos juntos hasta el centro de interpretación de Villareal de San Carlos.




Desde allí pasé por el "Salto del gitano", donde unos "pajareros" estaban apostados con sus prismáticos y su telescopio.




Estaban observando cigüeñas negras, me señalaron también su nido y me dijeron que habían visto ya una culebrera, un alimoche y una garza real.
De allí subí (con verdadero dolor) al castillo de Monfragüe, donde pude ver al famoso alimoche y unas excelentes vistas.







Después había que subir un buen rato hasta llegar a Trujillo. El calor quemaba, como decía aquel viejete de Ciudad Rodrigo. En la plaza creía que me quedaba allí, del calor que hacía.


Un helado, mucha conversación (telefónica), una siesta en el parque y unos revitalizantes zumos hicieron que me animara a pedalear a partir de las siete hacia Cáceres. Bueno, también influyó que el precio del Albergue en Cáceres fuera irrisorio y el de una cama en Trujillo varias veces más caro. Fueron 45 km (después de los 80 que ya llevaba entre pecho y lomo). Si podía con ellos, genial; si no, echaba la tienda y me cenaba el pavo que llevaba. De algún lado debió salir el gen de machote (es decir, debió expresarse la proteína del gen de machote) y llegué a la hora prevista al albergue. Por allí vi a varios cicloturistas más porque está en la ruta del camino de la plata.
A pesar de que estaba muerto, salí en busca de un kebab. Quería cenar kebab a toda costa y, afortunadamente, en la misma plaza Mayor de Cáceres se encontraba "La Pasión Turca". Pedí el picante y quedaron sorprendidos (lo que me sorprendió a mí al mismo tiempo) y disfrute de la cena. Luego di un paseíco por el centro, por los palacios, murallas e iglesias. Así concluí que Cáceres es francamente bonita y parece una ciudad con unas terracitas increíbles. Una ciudad muy "francamente".
Llegué a medianoche al albergue creyendo que descansaría al día siguiente y me puse a ver "Abierto hasta el amanecer" en versión original. Como cuando la vi, uno de los momentos que más disfrute fue la escena en la que Seth (Clooney) sale de "La Teta Enroscada" (The Twitty Twister) y le pregunta al mexicano mafioso por qué tuvieron que quedar en dicho lugar, a lo que este le responde algo así como "¿Cuál es el problema? No te pongas así, gringo".
Por la noche me levanté porque algo (posiblemente una pulga) me estaba poniendo fino, así que me levanté e hice inspección (a las seis de la mañana) de mi ropa y sábanas. No encontré nada pero envasé al vacío un sospechoso calzoncillo (que además ya llevaba usando algunos días de más (tengamos en cuenta que pedaleo "de comandos", sin calzoncillos).



23 de julio

Menudo día el de ayer, pero en el de hoy también han pasado muchas cosas.



Para empezar no tenía dinero para el desayuno y tuve que ir al pueblo más cercano a sacar dinero. Afortunadamente (?) estoy acostumbrado a estos trances. En fin, eso ha sido lo de menos.
La carretera de Moraleja a Coria estaba llena de camiones y poco arcén, así que he debido efectuar mi primer salto acrobático defensivo a la cuneta porque no me fiaba de la situación. Uno que estaba trabajando en la carretera me dijo que no había otro modo de ir a Coria. Sin embargo yo lo intenté y me desvié en el primer camino que encontré. A pesar de mi valentía, sólo encontré perros asesinos al final de la pista, afortunadamente encerrados, ya que estos eran de los que babeaban de rabia, ¡y además eran tres! Por lo menos a la vuelta vi abejarucos, que hacía años que no veía.
Al final llegué a Coria, con la determinación de no hacer los 40-50 km hasta Plasencia por la nacional, ya que vi que también tenía mucho tráfico pesado.




Me he dado una vueltecilla por una carretera sin arcén, sí, pero apenas pasaba un coche y, si bien estaba llena de cuestas, el paisaje era precioso, paralelo a una de las vertientes del río Alagón, lleno de maizales y arrozales. ¿Quién lo pensaría en Extremadura?



Al llegar a Calistea se vuelve a la nacional, pero he cogido el desvío a San Gil para evitarla de nuevo. Al final de esa monótona ruta se vuelve a pillar una nacional traicionera, así que esta vez he optado por tomar el desvío "de San Gil". Y digo "de San Gil" porque era una pequeña carretera que seguía una acequia del s. XIII, monísima, que pensaba que seguro que me llevaría a Plasencia. Al final era la de "San Gilipollas" porque en ese momento viene cuando la matan: la carretera se acabó, a lo lejos se veía la autovía y a otro lado una carretera "incierta".



Decido arramplar con todo e ir, campo a través, rumbo a la carretera enigmática. Alerta por si en esa propiedad (supongo que privada porque estaba vallada) había perros mortíferos, me tiro pendiente abajo por una senda con hierba seca hasta las caderas e intento buscar la salida. Los diferentes muros no dan cuenta de la carretera que se escudriñaba desde arriba. "¿Dónde está entonces?", pensé. ¡Claro, al otro lado del río! Convencido de que dar marcha atrás sería (y así era ciertamente) muy costoso y una derrota moral, atravieso el río al más puro estilo cowboy, pero con la bici y las alforjas. Al final llego a una carretera que comenzaba allí mismo (o acababa, según se mirara).






Sigo subiendo por ese camino, pensando para mí mismo que más vale que llegue a Plasencia y por fin veo un paisano oriundo de esos pagos. Le pregunto y se me queda cara de "San Gil" al decirme que la carretera llegaba a Valdeobispo, es decir, casi al punto de partida de la etapa.
Gracias a dos que lo encontré y me dijo el camino que entroncaba con la nacional (¡otra diferente!) y que me llevaría, precisamente en la dirección contraria a la que estaba yendo, hasta Plasencia.
Plasencia, muy preparada para la vida moderna: horchata, cíber, pensión con baño en el pasillo a buen precio, boquerones de regalo con las cañitas y un restaurante muy pícaro donde fuera te ponen un precio y dentro otro (más elevado, por cierto). No me quedaron las ganas para montar gresca y no pagarles o reclamar, aunque me debería haber ido justo después de pedir, para que se metieran su plato de pasta por donde les cupiera o cupiese. Afortunadamente el restaurante estaba al lado del mercado y de la plaza mayor, a un paso de mi pensión (Pensión La Muralla para más señas, del restaurante no recuerdo el nombre. Un pesto malísimo).